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Todas Las Cartas De Amor Son RidГ­culas
Diego Maenza


Eloísa, una anciana que en su juventud fue abusada sexualmente de forma brutal por tres hombres enmascarados recuerda en el último día de su vida la cruda historia que la marcó. Se la relata a una de las enfermeras del sanatorio en el que agoniza al tiempo que le permite escudriñar un cuadernillo anillado que contiene impresas todas las cartas que intercambió en su juventud con Abelardo, el único amor de su vida. Maenza reflexiona sobre los aspectos psicológicos, éticos y filosóficos en torno al amor occidental y teje un discurso meloso e inteligente donde el tiempo, los ritos amatorios y la presencia erótica son abordados con sutileza. Se incluye una visión singular de la escritura y una muy particular y simbólica Teoría de los afectos que se sirve en su analítica de la metafísica de los colores, los zodiacos, las sensaciones provenientes de los sentidos, el imaginario de las bestias alquimistas, los elementos clásicos y los arcanos del Tarot. En una época donde las relaciones se suceden con lo vertiginoso de la modernidad y pululan los amores líquidos (al decir de Bauman), ”Todas las cartas de amor son ridículas” reivindica ese ritual laico de las correspondencias amorosas, cada vez más en decadencia, y hace apología a esa lentitud que Kundera reclama para los romances. ”Todas las cartas de amor son ridículas” se construye como una narración paródica de las novelas románticas, pero es al mismo tiempo una disertación moderna sobre el amor aunada a una historia de afectos y a un final de tragedia que pone sobre la mesa temas tabús como el abuso, la cosificación de la mujer y la violencia contemporánea.





Diego Maenza

Todas las cartas de amor son ridГ­culas




Todas las cartas de amor son ridГ­culas




Diego Maenza


В© Diego Maenza, 2020

В© Tektime, 2020

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www.diegomaenza.com




PRГ“LOGO


Abelardo mira hacia el cielo. SonrГ­e, satisfecho, como no lo ha hecho en dГ­as, como no lo ha hecho en semanas. Las nubes se agolpan en un gris brumoso, premonitorias. Sus piernas, nerviosas y excitadas, lo conducen por la vereda, pero su mente se encuentra imaginando el inminente encuentro con EloГ­sa, el amor de su vida. Bajo su axila derecha porta el manuscrito, apretГЎndolo como si lo protegiera con anticipaciГіn de la borrasca que se avecina. Siente la brisa rozar su rostro, despeinar sus cabellos saltones, acariciarle los pГіmulos. Abelardo mira hacia el suelo. Observa la basura que vibra al compГЎs del viento. Sus pies bajan a la calzada, despreocupados, al igual que su instinto soГ±ador, al igual que sus ojos inquietos que se extravГ­an por nueva ocasiГіn en las formas del celaje. Por ello no se percata del coche que atraviesa raudo la avenida, por ello no avanza a escuchar sino hasta en el Гєltimo e inГєtil instante la bocina desesperada del tambiГ©n imprudente conductor. El metal del vehГ­culo impacta el cuerpo de Abelardo. Su piel cruje, su carne se lacera, sus huesos se destrozan, su golpeada anatomГ­a es eyectada varios metros en el mismo sentido que lleva la brisa. Ciertas salpicaduras de su sangre se confunden, mixturan, integran, con el capГі bermellГіn del automГіvil. La cabeza del muchacho se impacta contra el pavimento y propicia el traumatismo. La lluvia empieza a caer, muy delicadamente. El viandante mГЎs despreocupado, cuya naturaleza inquisidora propia del ser humano en Г©l estarГЎ mГЎs enfocada en verificar los detalles circunstanciales que en encauzar su atenciГіn hacia el centro del incidente (quizГЎ con la intenciГіn de sacar provecho materialmente de la trГЎgica situaciГіn), serГЎ la Гєnica persona que notarГЎ las cuatro palabras que encabezan el manuscrito que ha ido a parar cerca de una alcantarilla, aquellos cuatro vocablos que ya empiezan a diluirse por toda la pГЎgina debido a la insipiente garГєa, y que constituyen el tГ­tulo de la obra que anhela publicar el malherido joven Abelardo: TeorГ­a de los afectos.




CAPГЌTULO UNO



Hablar de ella (siempre lo he dicho y lo mantengo) es hablar de la criatura menos común. ¿Qué podría decir de ella que no suene a algo trillado o a frase fácil, a tópico manido? El problema no radica en la carencia de anécdotas sobre las cuales disertar, la complicación resulta lo contrario, porque de hecho hay demasiados prodigios que podría comentar acerca de su vida que el asunto es que no me decanto por el que dará inicio a esta historia. Y debo tomármelo con calma. Detallar su vida será un proceso interesante, pero podría ser un inexcusable desliz de mi parte errar por un momento. Quizá algún otro interlocutor más locuaz sea la persona apropiada para captar su esencia con exactitud y objetividad; no obstante, mi pretensión es mucho más ambiciosa: necesito, en este proceso, poner de manifiesto lo que ella ha significado para mí. ¿Dónde encontrar la más cristalina fuente de verdades sino en ella? Para sus labios la mentira está vedada y esto la faculta para hacer conmigo lo que desee. Su lucha por ser mujer ha forjado al más utópico animal que porta una desesperada idolatría hacia la vida. Le gusta amar… Le gusta amarme. Entrar en detalles de su ser sería profanarla. ¿Acaso los creyentes han intentado describir a sus dioses? Pero debo asumir el riesgo, aun a costa de no salir indemne del intento. Su carácter crudo y señorial, los senos altivos que dibujan curvas en el aire, la voz de melodía pegajosa y dulce, la mirada traviesa pellizcándome en caricias indelebles, su inteligencia práctica y su espíritu generoso, el zarpazo invisible de sus caderas chocando contra el viento en su peculiar manera de caminar, su sentido del humor, la hábil sonrisa diseñando su perfil picaresco. Eso y más es ella. El prototipo de mujer perfecta. Un ser novelesco transmutado a la realidad. Su nombre es Eloísa.



Mi nombre era EloГ­sa y ya no soy joven. No despuГ©s de todo lo que ocurriГі. Incluso con el paso de los aГ±os y pese a la juventud de mis cГ©lulas, me encontrГ© carcomida por una vejez espiritual que he conservado hasta hoy y que nunca abandonГі mis venas. El cuerpo a veces es el reflejo del alma y en otras ocasiones su tortura. Porque nacimos en un tiempo y en un espacio en el que la belleza es sinГіnimo de desdicha, aunque se empeГ±en en decir lo contrario.

Yo era delgada y bella, grГЎcil y frГЎgil como la gacela que muestra su esbeltez sin percatarse de que hienas hambrientas y lobos famГ©licos acechan desde las sombras.

Hoy, contГЎndote esto, joven amiga, puedo incluso saber lo que pensГі cada uno de ellos en el momento del incidente. El primero, el gordo, se habГ­a fijado en mis delgadas y morenas piernas que se mostraron apetecibles para su voracidad de rapiГ±a. El segundo, el mГЎs fornido, se fijГі en mis senos nacientes, pequeГ±os botones que sobresalГ­an en mi blusa y que incitaron al hombre a morderlos durante toda la faena. Y al tercero, al jovencito, le despertГі el apetito la vistosidad luminosa de mis glГєteos torneados y firmes a base de aerГіbicos y danzas contemporГЎneas. Todos eran unos cerdos.




CARTA UNO


Te dibujo, como si delineara bajo la suave espesura de la lluvia un rostro imaginario y perfecto cuyos hoyuelos precisos se balancean paralelos sobre las mejillas. Te hago sonreГ­r, haciendo que dormiten tus dolores y tus obligaciones consuetudinarias que manejan tu rostro como titiriteros de tu destino. Te hago vivir cual soГ±ado anhelo implantado en lo mГЎs hondo de ti.

Iniciar una carta de amor es tan difГ­cil como dar comienzo a una historia que no contenga algГєn elemento deficiente que pudiera poner en manifiesto la satisfacciГіn plena del escritor frente a su obra. Complacencia que, a mi entender, dicho sea de paso, nunca estarГЎ colmada, de la misma manera que no lo estarГЎ en esta carta de amor.

Transcribir los sentimientos a veces se torna una dificultad casi insalvable. Proteica la tarea del escultor que debe hacer brotar del duro mГЎrmol la fina nariz del modelo y sus hermosos testГ­culos. Heroico el cometido del pintor que, mixturando sus barnices, logra sobre el lienzo la perfecciГіn de una quijada ideal, unos senos llamativos por pequeГ±os y que contrastan con el esplendor de una vulva maquillada de vellos. No menos ardua y compleja, por no decir imposible, es la labor del poeta que encaramado en su tarima de lucidez debe llevar a lo inasible lo que es palpable con comodidad, y en caso paradГіjicamente anГЎlogo, volver palmario las gracias que sin su intervenciГіn serГ­an inaccesibles.

Con esta pared me encuentro en este momento, no como pintor, escultor o poeta, que a tanto no llegan mis facultades. Choco con este muro no como artista sino como ser humano. Mi alma (denomino de esta forma al conjunto de mis escasas cualidades, no se piense mГЎs allГЎ de eso) se enorgullece de pertenecer al bando que enaltece la condiciГіn de ser humano por sobre todo artificio del mundo, por muy sublime que resulte. Antes que nada somos humanos y como humano me expreso.

A veces me pregunto para quГ© me desgasto escribiendo. La respuesta no puede ser sencilla. ВїPara denunciar los males que ataГ±en a la sociedad? No, definitivamente. ВїPara desechar problemas personales al convertir la literatura en la gran masturbaciГіn psicolГіgica? Tampoco. ВїPara alcanzar la fama y la riqueza, o para rejuvenecer el modo en el que empleamos la lengua (no el Гіrgano sino el sistema de comunicaciГіn verbal)? Mucho menos. Y me explico: Mi modelo a seguir en su actitud es el Escritor Sombra. Solo pienso en escribir y lo demГЎs no importa.

QuizГЎ las respuestas sean menos pragmГЎticas de lo que generalmente se cree. Trato de responder: Escribo para entender de mejor forma lo que me rodea. QuizГЎ la respuesta sea la misma que me doy cada vez que me cuestiono el por quГ© frecuento la lectura: Para volverme mГЎs humano.

ВїMe vuelvo mГЎs humano escribiГ©ndote cartas de amor? ВїCrece el amor por el hecho de que escriba una carta? ВїEl amor puede crecer como crecen los bebГ©s o los sapos o los rГ­os? ВїO serГЎ que al escribirte una carta poco a poco voy desprendiendo (como si de un fractal infinito se tratara) los trozos que constituyen el amor entero y de esta forma poco a poco te vas quedando sin mi amor? ВїEl amor disminuye como anciano o como carne asada o como fruta podrida? QuizГЎ la Гєnica respuesta vГЎlida sea esta: Escribir me plantea dudas, irresoluciones, en el mismo sentido en el que intentar describir el olor marcado de tu cabello se me torna tan confuso, opaco frente a lo que mi cabeza me escupe. O del mismo modo en el que tu rostro se convierte en este instante en la palabra que se me escapa, o como la alabanza hacia tus ojos que se me escurre garganta adentro con la perplejidad de quien estГЎ extasiado y ya no dispone placer para las historias o los poemas.

No, tampoco es eso. No lo sГ©. No estoy tan seguro.



В В В В Tuyo, Abelardo.




AFECTO


El afecto nace del pГЎncreas y se diluye por nuestro torrente sanguГ­neo hasta regresar al hipotГЎlamo. Es de color ГЎmbar que simboliza la felicidad y la bГєsqueda del bienestar. Se manifiesta en infrasonido y con un olor floral. En la simbologГ­a universal lo representa la Luna. En las cartas del Tarot lo identifico con La Fuerza, que brinda control y seguridad. En el zodiaco occidental lo personifico con el signo Virgo, adosado a la espiritualidad, el orden y la inteligencia. En el zodiaco chino lo encuentro en El Conejo, lleno de prudencia, ternura y armonГ­a. El afecto es LГ­quido y se dirige al Norte montado en un Unicornio pues es virginal.




CAPГЌTULO DOS



Como suele ocurrir en el proceso de apareamiento de la raza humana nuestras vidas se juntaron por una arbitrariedad del destino. Ella, con quince aГ±os y en el esplendor de las menstruaciones; yo, con catorce y en los delirios de la masturbaciГіn. BastГі como pretexto un encuentro casual, una feria de pueblo y cinco de las mГЎs escandalosas amigas para que nuestra relaciГіn diera comienzo.

Ella era la niГ±a mГЎs hermosa del instituto y yo un aspirante a galГЎn que empezГі a abandonar los estudios por la novedosa filosofГ­a del amor.

Para mГ­, el inicio de nuestra relaciГіn resultГі tierno. Para ella no tanto. La motivaciГіn de su acercamiento se incentivГі con el afГЎn de mantener un romance no conmigo sino con un allegado. Lo irГіnico (y por quГ© no decirlo, romГЎntico) es que en el proceso terminГі enamorГЎndose de mГ­. La conquistГ© o nos conquistamos.

QuizГЎ pretenda explicar los hechos recurriendo a complicadas abstracciones, lo que un tonto se aventurarГ­a a concretar en un par de vocablos. Pero lo remarco, mi objetivo guarda mayor ambiciГіn.

Su alegrГ­a desbordante frente a mi batalla constante con la melancolГ­a; su carisma e inteligencia reflejadas en los contornos de sus ojos pensativos y vivaces cada vez que la abordaba una idea o cada ocasiГіn que rebuscaba las evasivas por lo mГЎs recГіndito de lo imaginario para excusar ante a sus padres nuestras citas furtivas, frente a mis pretensiones filosГіficas; su manГ­a de bailarina ante mi manГ­a de escritor. Todo lo hacГ­a injustificable y sin embargo, querido lector, amada lectora, comprenderГЎn que para nosotros ha resultado la relaciГіn mГЎs intensa que han sostenido personas en el mundo y espero poder comunicarles de manera adecuada aquella impresiГіn.



La noche cayГі con sorpresa en aquel final de verano. HabГ­a salido de la clase de baile que un joven y bello instructor europeo habГ­a empezado a impartir en el pueblo y que se llevaba a cabo en horario vespertino en las instalaciones del instituto en el que estudiaba. Recuerdo que aquel dГ­a habГ­amos ensayado una danza turca que despuГ©s del suceso nunca mГЎs bailarГ­a. La madre de una de mis compaГ±eras se ofreciГі a llevarme a casa en su coche. Me neguГ©. Deseaba caminar y aclarar ciertas ideas de juventud.

TomГ© el callejГіn mГЎs largo que bordea los ГЎrboles de tecas y envuelve en penumbras la vГ­a. Las estrellas asomaban sin timidez y una gran luna hacГ­a que brillaran las piedras del rededor como mГЎgicas luciГ©rnagas estГЎticas.

El destino quiso que de la penumbra emergieran los tres rapaces. El hombre corpulento me abordГі con la mГЎscara de un arcГЎngel. No pronunciГі palabras y jamГЎs las pronunciarГ­a durante esa angustiosa noche, pero se ubicГі en mitad del camino y abriГі sus brazos horizontales en seГ±al de que me detuviera y comprendГ­ que era el jefe del grupo. Asomaron las otras dos siluetas. Un mancebo delgado y de no tan alta estatura, de complexiГіn adolescente, portaba la mГЎscara de una calavera. Г‰l dijo No puedes pasar, y el sonido de su voz me confirmГі su juventud. El individuo alto y rechoncho portada el antifaz de un macho cabrГ­o. Su voz era gruesa como su estГіmago y tambiГ©n increpГі al indicarme que no gritara.

Mi cuerpo sintiГі la palidez propia del espanto. Mis pensamientos se paralizaron al igual que mi cuerpo. Mis vellos se erizaron al sentir el contacto forzado de aquellas tres bestias. Como si aquel gordo macho cabrГ­o hubiese sido un brujo y su amenaza hubiese sido un conjuro, por mГЎs que lo intentГ© no pude gritar.




CARTA DOS


La maГ±ana en la que despertГ© con aquella suerte de revelaciГіn que me indicaba que en verdad estaba enamorada de ti, me reconocГ­ sobresaltada. QuizГЎ no tenga la imagen precisa y me encuentre en la incapacidad de describir la sensaciГіn exacta, pero el recuerdo me emerge casi nГ­tido, como un dГ©jГ  vu que espera ser plasmado. Para aquel entonces era tan solo una amiga para ti, una compaГ±era circunstancial a la que recurrГ­as en tus ratos de aburriciГіn como la distracciГіn mГЎs adecuada de cualquier adolescente.

La otra maГ±ana reveladora, en la que padecГ­ tu epifanГ­a, fue cuando me diste aquel beso tan inocente. Al llegar a casa me postrГ© en la hamaca y mientras el viento corto de las mecidas rozaba mi rostro feliz, el recuerdo de tu tacto me evocaba sensaciones casi epilГ©pticas, en sacudidas interiores como insectos revoloteando mi pecho o como gusanos dulces hurgando mis entraГ±as.

Las mañanas… Quizá sean premonitorias, o algo así como señales. Las mañanas en el instituto no resultaban placenteras si no hallaba tu presencia en los recreos, aunque hubiese sido tan solo para que de tu boca emergiera uno que otro balbuceo, pues yo debía (como en alguna ocasión te lo dije) sacarte las palabras a cucharadas, metáfora en verdad adecuada para definir tu realidad en aquella época en la que eras un muchacho pálido y callado. Lo importante era percibir nuestras figuras sentadas en la banqueta, con mis piernas juntas y mis manos sobre mi regazo, y captar el levantamiento de mis vellos que interactuaban al compás de tus movimientos, como dos extraños magnetos que queriendo atraerse únicamente se frotan en un vaivén de tensión. Para aquellos días me empecé a enamorar de ti, de tus largas pausas de silencio, de tu mirada proyectada al horizonte en búsqueda de ideas y que me incitaron a explorar el enigma de tu prudencia.

Fue una maГ±ana cuando me esperaste bajo aquella lluvia torrencial. Insististe en acudir a la cita, sin percatarte de que lo prГЎctico era eludir el diluvio y postergar nuestro encuentro hasta la salida del arcoГ­ris. Eran las maГ±anas las que nos juntaban en el parque del pueblo, en el rincГіn que bautizamos con un nombre extravagante y que usarГ­amos como clave en las ocasiones subsiguientes, siempre habiendo tenido presente que cada pareja lo ha apodado con un nombre que se amoldaba a su relaciГіn. Fue una maГ±ana cuando rozaste mis senos con la impudicia propia de tus hormonas. Fue una maГ±ana (quiero soГ±arlo asГ­) cuando acariciaste mis nalgas por sobre la tela de un pantalГіn de mezclilla demasiado odioso.

Fue una maГ±ana la primera vez que hicimos el amor, aunque nuestro amor ya estaba hecho desde muchГ­simo antes. QuizГЎ porque en ese tiempo solo contГЎbamos con esos espacios a las primeras horas del dГ­a, cuando clareaba el alba y despertГЎbamos deseosos de que llegara el instante del encuentro. Y luego vendrГ­an las tardes, que quizГЎ no sean tan premonitorias, pero muy especiales, eso sГ­. Cuando el mediodГ­a se avecinaba y con jГєbilo me arreglaba para los encuentros en la ciudad.

Iba madurando nuestro amor, y nosotros junto a Г©l, estas vidas apesadumbradas y remordidas por la lejanГ­a, pero dichosas porque a pesar de todo nos sentГ­amos cerca.

Recuerdo el tiempo cuando no tenГ­amos telГ©fono y nos cruzГЎbamos mensajes gracias a un cuaderno y a un cГіmplice momentГЎneo. Y luego de toda esta remembranza feliz, me vienen a la memoria nuestras situaciones contemporГЎneas, estas que estamos construyendo y destruyendo. Un ruso habla de que hasta los grandes reformadores de la sociedad han sido criminales, porque al promulgar leyes nuevas, abolГ­an las antiguas conservadas como sagradas. Por esto digo que para continuar edificando debemos demoler algunas cosas, exorcizar nuestras falencias, practicar una depuraciГіn en nuestra relaciГіn para no dejarla morir.

QuizГЎ no logre entenderte a plenitud, es lo mГЎs probable. Pero aquГ­ sigo, tratando de decirte que quiero interpretar los cГіdigos de tus quebrantos y emprender un camino tomados de la mano. QuizГЎ no una soluciГіn radical, inmediata, pero sГ­ una que sirva para ajustar el balance de esta relaciГіn que estГЎ tambaleando como un castillo de naipes sobre el asiento de una locomotora a toda mГЎquina.

Esta carta constituye un sГ­mbolo de mi compromiso. Me siento desconcertada porque advierto que te he exigido demasiado y en tu circunstancia no has podido satisfacer mis caprichos, no porque no lo desearas sino porque la naturaleza de tu tristeza te ha absorbido y no he sido capaz de advertirlo sino hasta ahora cuando clarea el dГ­a luego de esta madrugada de angustia.

QuizГЎ las maГ±anas sГ­ sean premonitorias. Porque justo ahora me llega la imagen de un hipotГ©tico futuro, con tu cuerpo caliente reposando junto al mГ­o en un abrazo matutino, en un despertar que tiene mucho de ensoГ±aciГіn, cuando el rocГ­o haya destilado el sudor sobre las hierbas cercanas y el primer crepГєsculo del dГ­a ponga en evidencia la calidez que no serГЎ del sol sino de nuestro despertar.



В В В В Tuya hoy, maГ±ana y siempre.




CAPГЌTULO TRES



Nuestra historia empezГі en el instituto. Una chiquilla exaltada vociferaba a voz de trueno su reclamo contra el rector. Era la agraciada EloГ­sa. Delgada, con su cintura de porcelana y su rostro de ГЎngeles, su moГ±o en retaguardia y el carisma desbordando por el Г­mpetu juvenil. Al conocernos, poco a poco, una cercanГ­a disfrazada de amistad nos juntaba. El momento mГЎs importante de los recesos era poder verla y dirigirle un saludo con la mirada. Las maГ±anas se empeГ±aron en volcarme al lado de ella. Gradualmente mis ilusiones parpadeaban; a veces, exaltado, no cabГ­a en mГ­, porque me elegГ­a para una charla de su recreo; en otras ocasiones triste, porque ella agotaba sus minutos en la algarabГ­a de su grupo de amigos.

Una maГ±ana, luego de haber salido del instituto y despuГ©s de haber sido partГ­cipe de algunos juegos de una feria que se habГ­a instalado en el pueblo, me paseГ© por un callejГіn no tan habitual en mis recorridos con la intenciГіn de dirigirme a casa. EscuchГ© unos gritos a mi espalda. A lo lejos, una cuadrilla de muchachas de uniformes desaliГ±ados me incitaban con las manos para que me acercara a ellas. Un parque tiznado de arenilla nos ofreciГі su piso como Гєnico asiento. Los comentarios llenos de puerilidades (de los cuales yo era ajeno) de aquellas nГ­nfulas me impedГ­an participar en la charla. BrillГ© por mi silencio y dirigieron sus miradas hacia mГ­. Ya dile, me dijo una chica de pecas dirigiendo la mirada a EloГ­sa. Los nervios se apoderaron de mi piel. RecordГ© que una semana atrГЎs habГ­a despertado con la clarividencia de estar enamorado. PretendГ­ retrotraer un discurso amoroso que habГ­a repasado desde pocos dГ­as antes, pero las palabras volaron a una dimensiГіn imposible de cruzar. Me reГ­ con recato. Fue cuando escuche la expresiГіn: Ya dГ­ganse. Lo habГ­a manifestado la amiga mГЎs allegada a EloГ­sa y esto me estimulГі a hablar. La mirГ©. Estaba sentada con las piernas entrecruzadas en la posiciГіn de loto.

No tuvo que pasar mГЎs que un minuto para que un corto beso (corto en lo corporal pero substancioso en nuestro interior) se hiciera presente bajo el amparo de las miradas expectantes de las muchachas. El grito juvenil de las compaГ±eras que habГ­an permanecido suspendidas ante mi declaraciГіn amorosa retumbГі acompasado, misteriosamente unГЎnime, como preparado con prelaciГіn, develando la consumaciГіn del ritual al tocar su boca con la mГ­a y extinguir por fin la virginidad labial de su querida amiga.



Alguna vez fui virgen. Siempre pensГ© que al primer hombre al que entregarГ­a mi pureza serГ­a a Г©l. Esa sensaciГіn de cosquilleo me llegaba cada vez que terminaba de leer sus cartas de amor, inteligentes, apasionadas y ridГ­culas, como deben ser todas las cartas de amor. DespuГ©s de todo tenГ­amos una relaciГіn de algunos aГ±os.

Pero me he desviado del tema, querida amiga, y ya que insistes en conocer mi historia procederГ© a intentar culminar mi relato.

Si hay algo que aГєn no se me borra de la memoria, mГЎs que el registro visual, es el olor de sus cuerpos. Si algГєn dГ­a me pidieran que identificara a alguno de ellos por la naturaleza de su contextura estoy seguro de que errarГ­a en mi exploraciГіn de mayor manera a que si lo hiciera por sus olores.

El hombre silencioso, a quien con el paso del tiempo he preferido darle el nombre de mudo, tenГ­a un olor particular a aceite de mГЎquinas, como si su trabajo hubiese sido lubricar durante todo el dГ­a los engranajes de complicados mecanismos. El orondo apestaba a cebollas rancias, un tufo emanado de sus axilas y que se intensificaba a medida que caГ­an las gotas de sudor de su frente sobre mi rostro. El joven olГ­a a canela, pero a ratos marcaba en el ambiente una fragancia nauseabunda de marisco macerado.

Las embestidas de la alimaГ±a gorda eran las mГЎs atroces. Soportar el peso de su corpulencia tosca y repulsiva era lo menor comparado con sentirlo en mis entraГ±as.




CARTA TRES


ВїPadece mГЎs quien espera la caricia de su amor, o aquella tristeza que no tiene a nadie a quiГ©n esperar?

В В В В La Poeta

Aseguraba un francГ©s que las cartas de amor se escriben empezando sin saber lo que se va a decir y se terminan sin saber lo que se ha dicho.

Siempre que te escribo trato de hacerlo con una idea fija que paulatinamente voy desarrollando. Esto no es algo que he inventado, sino que lo he extrapolado de una teorГ­a del cuento, segГєn la cual las tres primeras lГ­neas tienen casi la misma importancia que las tres Гєltimas. He entendido esta fГіrmula como la definiciГіn de la escritura, en cualquier ГЎmbito.

Pero entremos en materia. Una filГіsofa africana ha profundizado en el tema del amor, y en su obra que precisamente lleva de tГ­tulo Profundidad de las artes amatorias nos ilustra al mostrar el lado pasivo del deseo que llega a su clГ­max al satisfacerse y el carГЎcter diligente del amor como fuente de actividad. Lo condensГі en una frase poderosa:В El amor es la insatisfacciГіn infinita. No existe verdad mГЎs irrefutable.

Esta es la tesis que desarrolla a lo largo de su obra, a veces un poco hiperbГіlica, es verdad, pero nunca exenta de encanto. La parte interesante es aquella frase. El deseo, segГєn la pensadora, culmina cuando se satisface. Deseamos algo y cuando lo conseguimos pues fin del cuento.

Pero cuando el deseo estГЎ ligado al amor, es diferente: Existe la posibilidad de que el deseo pueda encaminar hacia el amor; lo amado, irrefutablemente lo deseamos, agrega la filГіsofa.

Hoy quiero que sientas que a travГ©s de mis palabras puedo acariciarte, y no con los roces prosaicos que nos tributan las delicias del pudor, sino, mГЎs bien, con estas caricias indelebles.

Tal como los bardos inmortalizan a sus amadas, este humilde practicante desearГ­a poder glorificar tu ser con canciones que te refresquen tu sed juvenil, con poemas que te arrullen las tardes. Declararte lo enamorado que me encuentro de ti, diosa virginal, todopoderosa, de mi amor la dueГ±a, de mi amor la esclava, como las beatas esclavas del Antiguo Testamento, con un candor de cosmos como Proserpina, reina infernal, o alguna diosa pagana. Eres Musa de poesГ­a. TГє: mil mujeres en una. Mil diosas en una. Mi Pandora, mi Eva, mi MarГ­a Magdalena tan purificada entre los besos de JesГєs.

TГє, que tan bien sabes dominar mi espГ­ritu, eres mi dueГ±a. Y estГЎs a cada momento. Porque me cura de la melancolГ­a tu recuerdo afable: de tus palabras susurradas en el viento y de tu rostro iluminando el espacio que podrГ­a estar vaciГі a no ser porque adoras a este loco que vive solo para ti.

Tu ser me resulta mГЎs hipnГіtico que un cuento fantГЎstico, tan envuelto en misterios como una historia de suspenso, pero al mismo tiempo tan real y profundo como una novela de crudeza realista. Y no se trata de ninguna contradicciГіn, porque a veces me resultas tan certera y paradГіjica.

Con una visiГіn que excede a lo cotidiano trato de llegar a ti y adentrarme en lo mГЎs recГіndito de tu amor. Y consigo ver a travГ©s de tus ojos (que son infinitos receptГЎculos de clarividencia, como lo serГ­a una bola de cristal para una vieja versada en cristalomancia, pero tan delicados y puros como el orГЎculo de Delfos), puedo ver, decГ­a, por medio de tus ojos, esa profundidad de mujer madura, esa fuerza indomable que llevas en lo profundo, y me hace pensar en la fortaleza de un dios. A veces me resultas demasiado divina para proceder de descendencia terrenal. Tus antecesoras solo pueden ser las mismas que las de Ariadna, divina casta de diosas.

Y mientras tanto, solo tengo un oscuro minotauro que gira y gira en el laberinto circular de mi cerebro, esperando que un Teseo (divino amor que me profesas) rompa con su hilo esta soledad brutal.

Por eso me pregunto, junto a la poeta:В ВїPadece mГЎs quien espera la caricia de su amor, o aquella tristeza que no tiene a nadie a quiГ©n esperar? Aunque la respuesta es obvia, el dolor, cuando es producto de la espera del amor, no es amargo, y aparece mi promesa de que aun teniГ©ndote cerca nunca dejarГ© de escribirte cartas de amor. Porque me amas y porque te amo, porque te espero, y porque tГє tambiГ©n esperas, pero sobre todo porque nuestro amor siempre serГЎ una insatisfacciГіn infinita.



В В В В Tuyo, donde sea.




GRATITUD


La gratitud deriva de las manos y parte por nuestros brazos hacia el nervio espinal. Es de color violeta que personifica la templanza y la reflexiГіn. Se ofrece con un sabor dulce y con un perfume leГ±oso. Su efigie simbГіlica es la Madera y siempre estarГЎ tallada en este material. En las cartas del Tarot la amoldo con El Colgado, que pende de la rama de un ГЎrbol y ejemplariza la entrega y sacrificio. En el zodiaco occidental la figuro con el signo Capricornio, matriz de toda generosidad. En el zodiaco chino la revelo en El JabalГ­, que nunca guarda resentimiento y es de espГ­ritu altruista. La gratitud es Condensada y se dirige al Oeste detrГЎs de un Lobo que se alimenta de lo viejo y elogia lo nuevo.




CAPГЌTULO CUATRO



Desfilaron nueve dГ­as para que mi humanidad ingresara por el lГ­mpido portal de su casa en la fiesta de sus quince aГ±os. LleguГ© temprano, con mi regalo sanguinariamente inocente (para ese tiempo mi madre trabajaba como modista y el presente que le llevГ© fue un corte de una tela barata) y con una sonrisa que camuflaba el nerviosismo. Media hora mГЎs tarde me encontraba sentado en la sala principal orquestando la manera de no salir a bailar. Al fondo, en la antesala, las voces airadas de expertos en charlas se intensificaban en la misma proporciГіn que incrementaba el vigor de la mГєsica. De seguro estaban sus padres, familiares y personas allegadas, gentes de cenГЎculos sabatinos, todos disfrutando de los placeres de la convivencia del instante (o al menos asГ­ lo imaginГ©, pues no me abordГі la curiosidad de observar quiГ©nes eran y me aventuro a manifestar que aunque lo hubiese hecho lo mГЎs probable es que no hubiera reconocido a ninguno). Me rodeaban en su mayorГ­a sus compaГ±eros del instituto. Mi ineptitud para interactuar afloraba a cada instante y no sabГ­a cГіmo responder al momento: el animal de caverna se enfrentaba por vez primera al mundo selvГЎtico de las fieras sociales.

LlegГі el momento del baile. Las piernas me tartamudeaban y me imploraban el alivio del reposo y no porque estuvieran cansadas sino porque les avergonzaba su tosquedad. Ella era la experta y me tomaba de las manos como si hubiera querido enseГ±arme en un instante las danzas que quizГЎ no aprenda en toda la vida. No recuerdo si bailГ© con alguien mГЎs. Lo mГЎs seguro es que no. Me retirГ© con la anticipaciГіn que me imponГ­a el reloj y al salir de la fiesta me despidiГі con un beso en la mejilla. El postre, inalcanzado por mi apremio, apareciГі un par de horas mГЎs tarde en mi pГіrtico. Sus brazos delicados extendiГ©ndome el platillo descartable constituyeron un paso mГЎs hacia el enamoramiento.



Aunque el gordo era el mГЎs rudo, el mudo era el mГЎs fuerte. Me estrujaron por fuera y por dentro mientras silenciaron mi desesperaciГіn al tapar mi boca que gemГ­a con desconsuelo e impotencia, y mis lГЎgrimas impactaban en el pavimento.

El joven era el mГЎs impetuoso y al contrario de lo que se pueda pensar, nunca mostrГі indecisiГіn y arremetiГі en mГ­ con la misma predisposiciГіn que sus mayores.

Seguramente algГєn alma asustadiza habrГЎ visto la atrocidad. Estoy segura de ello, pues a lo lejos notГ© una luz, algГєn vehГ­culo que enfocГі el desenfreno y luego huyГі. PodrГЎs pensar, querida amiga, que fue una alucinaciГіn propia de mi desesperanza, como aquellos refugios de agua que imaginan los peregrinos del desierto en la aridez de sus exilios. Pudo haber sido una visiГіn o un recuerdo inventado por mi memoria avejentada, pero estoy segura de que no. Fue real, tan real con la bestia de tres cabezas que poseyГі mi cuerpo aquella noche.




CARTA CUATRO


Los medios de comunicaciГіn que hoy disponemos acercan a las personas cada dГ­a mГЎs. Telecomunicaciones de imagen y audio se pueden obtener solo con presionar un botГіn. La Red es un medio que ha recortado las distancias. Si un antiguo pintor hubiese observado semejante prodigio, de seguro hubiese pensado que se trataba de alguna poderosa alquimia. Si hubiese sido alguna santa del medioevo quien lo hubiera contemplado, indudablemente hubiese creГ­do que era un artificio del maligno.

La tecnologГ­a depende del tiempo, y avanza junto a Г©l. Desde que el primer homГ­nido plasmГі la primera pintura rupestre en alguna caverna ya olvidada, hasta que en este preciso instante, en alguna parte del mundo, la menos experimentada de las impГєberes teclea en su telГ©fono algГєn mensaje de texto, la intenciГіn de comunicarnos no ha variado. Solo han variado los medios.

Cuando el humano fue capaz de formar un lenguaje articulado (tanto oral como escrito), su deseo de expresiГіn se fortaleciГі. Uno de los medios mГЎs usados en todos los tiempos ha sido la carta.

Las cartas de escritoras, polГ­ticos y oradores romanos aГєn son estudiadas por su valor literario, y las de las antiguas griegas por su valor filosГіfico.

Las Escrituras Sagradas estГЎn repleta de estas manifestaciones. Los Santos fundamentaron la teologГ­a vigente a base de epГ­stolas. Y el gran libro contiene las epГ­stolas a los colosenses, a los filipenses, a los gГЎlatas, a los hebreos, a los romanos, como tambiГ©n las dirigidas a los corintios y a los tesalonicenses, donde los apГіstoles continuaron propagando sus ideas.

Se sabe que Anastasia Dross, renombrada filГіsofa latinoamericana, escribiГі, aparte de novelas, ensayos, poemas y obras de teatro, mГЎs de veinte mil cartas. En promedio, Dross debiГі escribir una carta por dГ­a.

En el otro extremo estГЎ Alessandra Zimbardo, filГіsofa italiana que muriГі el mismo aГ±o que Dross, para quien escribir una carta era un proceso agotador y un verdadero tormento. Zimbardo lo confesГі en sus memorias: No puedo redactar carta alguna, cuya importancia sea variable, que no me demande horas de frustraciГіn.

Las cartas han sido tomadas como un poderoso recurso literario.

Un escritor francГ©s, autor de su famosa novela Cartas persas, logra, a travГ©s de epГ­stolas que emiten dos personajes, realizar una fuerte crГ­tica a la sociedad de su Г©poca. En esta obra no se salvГі ni la respetada sociedad burguesa, ni las instituciones polГ­ticas y religiosas, ni mucho menos la literatura de su tiempo.

Uno de los casos que más me impactó hace algunos años fue la obra de una autora islandesa titulada Las tribulaciones de la joven estudiante Dögg, que trata sobre una joven apasionada que dirige a una amiga los escritos de sus desventuras al no poder declarársele a un muchacho, desesperación que termina con el suicidio. Esta novela al parecer influyó mucho en la juventud, muchachas que exaltadas al terminar de leer la obra desataron una ola de suicidios. Esto me incitó a leerla. Una enciclopedia nos narra: Las tribulaciones de la joven estudiante Dögg fue imitada por las jóvenes no solo en el vestuario, sino también en su trágico final: según se dice, causó más suicidios que palabras contienen sus páginas.

Al leerla se me acabГі la magia. ComprendГ­ que era una novela de su tiempo y que en ninguna circunstancia podrГ­a influir en la Г©poca actual.

Las cartas han cumplido un fin: el de expresar las situaciones, las ideas, los sentimientos, los pensamientos, de quienes las redactan. La tecnologГ­a nos da ahora las cartas electrГіnicas, que viene a realizar la labor de una forma mucho mГЎs acelerada. Los mensajes de texto han sido otro medio que de igual forma acortan las distancias. El predecesor incuestionable del mensaje de texto del celular es el telГ©grafo.

No obstante el lado positivo, tambiГ©n me gustarГ­a evidenciar alguna objeciГіn. Aunque estas pulidas tecnologГ­as acortan el espacio y el tiempo, padecen del defecto de lo efГ­mero, en tanto que una carta real inmortaliza el instante.

Este es un buen motivo para considerar el valor de una carta (en el sentido tradicional) como insustituible en una manifestaciГіn y exaltaciГіn del vГ­nculo que hemos formado en torno a nuestro amor. Por ello me gusta que nos escribamos. Porque considero que las cartas (las que se vienen redactando desde los tiempos de las antiguas filГіsofas griegas) contienen un grado mucho mayor de perdurabilidad y significaciГіn que cualquier otro medio.

QuizГЎ aГєn existan personas que aГ±oren, en imaginaciones romГЎnticas, esas esperas de respuestas que tardaban dГ­as o semanas en llegar. Que imaginen cГіmo serГ­a escribir una carta expresando todo lo que siente o se conoce, como hacГ­an nuestras buenas filГіsofas. Aunque lo mГЎs probable es que en las Г©pocas actuales sean totalmente excepcionales las personas que piensen que el uso exclusivo de las cartas tradicionales sea la mejor forma de comunicaciГіn. Por otro lado, cada Г©poca tiene sus opciones y las personas se aclimatan a sus recursos.

Hace algunos siglos se empezaron a publicar las primeras crГіnicas, lo que un siglo mГЎs tarde fue llamado noticia (y que hoy se pueden leer cada dГ­a, precisamente en los diarios), y las personas disponГ­an de otro medio que los comunicaba. El siglo diecinueve tuvo el telГ©grafo para unir a los pueblos y continentes. El siglo veinte tiene la radio, el telГ©fono, la televisiГіn. Ahora el siglo veintiuno cuenta con unos poderosos recursos como la Red y los medios inalГЎmbricos como la tecnologГ­a celular mГіvil. Recursos que hubiesen sido inverosГ­miles para nuestros antepasados son, sin embargo, muy posibles y cotidianos para nosotros. Y aquГ­ viene lo mГЎs asombroso e interesante. Recursos que para nuestras generaciones futuras serГЎn factibles y comunes, para nosotros hoy no son mГЎs que ciencia ficciГіn. Lo mГЎs probable es que nuestros hijos y nietos gocen de la ilusiГіn cercana de un ser querido a travГ©s de hologramas. Pero estoy convencida de que la ciencia no se quedarГ­a allГ­, concebirГЎ medios que en estos dГ­as para nuestra poca capacidad imaginativa son inconcebibles. Medios tan impresionantes que hoy los tildarГ­amos de bonitas imaginaciones, o en casos mГЎs supersticiosos los tacharГ­amos de maldiciones o milagros. Tal como a alguna santa del medioevo le hubiese parecido una maravilla celestial el poder escribir un mensaje donde ella se hubiese encontrado, y que a los pocos segundos hubiera podido aparecer escrito en otro lugar muy distante. O tal como a un antiguo pintor le hubiese resultado un prodigio el poder observar una imagen en momento real en una simple pantalla.

En todo caso, eres tГє, quien finalmente decidirГЎs el valor que debe tener cada carta que te escribo, pues para ti estГЎn destinadas, y para ti lo estarГЎn mientras pueda seguir escribiendo.



В В В В Tuya, con cartas o sin cartas (aunque preferiblemente con ellas).




CAPГЌTULO CINCO



Los dГ­as empezaron a transcurrir con un acrecentado deseo de sentirnos juntos. La costumbre de tenernos cerca se transformГі en una necesidad tan imperativa como sus ganas de ir al baГ±o en los recesos. Y allГ­ nos encontrГЎbamos, hablando trivialidades, sentados en los bancos mГЎs apartados. Eran momentos sublimes, dosificados por una sensaciГіn que jugueteaba en nuestros estГіmagos. Su sonrisa me cautivaba y me enloquecГ­a aquella carcajada despernancada y vivaz que volvГ­a atento hasta al mГЎs despistado.

Lo mГЎs representativo en esta etapa fue mi timidez. Ella era extrovertida y hablantina, y yo un timorato con las palabras atravesadas en la garganta. AГєn me impresiona el hecho de que pudiГ©ramos relacionarnos. Yo lanzaba frases entrecortadas y carentes de ingenio y ella las alimentaba con una conversaciГіn fluida y exuberante.

Con el tiempo, un viejo almendro se convirtiГі en un sereno cГіmplice. Nos arropaba con su timidez y hacГ­a buen tercio entonando el violГ­n del silencio. Г‰l nos guardГі los secretos de nuestros besos clandestinos que pocas veces nos dimos y que eran prohibidos en la instituciГіn. A la salida, me aferraba a la idea de caminar junto a ella y empecГ© a esperarla cada mediodГ­a. Con el tiempo, este rito se convirtiГі en algo cotidiano y una plГЎtica de siete cuadras nos envolvГ­a diariamente.



El instituto de mi juventud era privado y se encontraba a un kilГіmetro del pueblo principal. Para llegar al sector, se debГ­a atravesar un puente corto de apenas cinco metros que se suspendГ­a sobre uno de los caudales del arroyo. Luego existГ­an dos bifurcaciones. La primera era el camino mГЎs corto que atravesaba un minГєsculo caserГ­o de apenas cien construcciones. La segunda estaba cubierta por asfalto y pese a que el recorrido era mГЎs extenso en la amplitud de su camino, pues bordeaba el pueblo en forma de una letra u, atravesando la zona de bosques de tecas que pertenecГ­an a la familia del rector, era el que preferГ­a recorrer en varios momentos de soledad, sin temor al aislamiento en su recorrido, por carecer de luminarias o viviendas asentadas en sus bordes. Esto explica en parte por quГ© mis gemidos intensos nunca tuvieron una respuesta de auxilio.

Aquella noche, tendida y con la mirada perdida hacia el firmamento pude notar, en los cortos momentos en los que abrГ­ mis ojos durante distintas ocasiones, cГіmo el viento de inicio del invierno mecГ­a las hojas de las tecas. Alguna de ellas me habrГЎ impactado el rostro mientras observГ© las nubes que se agolpaban y cubrГ­an la luminosidad de la luna. La penumbra resultГі mГЎs intensa.




CARTA CINCO


A partir de cierto lГ­mite el retorno es imposible. A ese sitio hay que llegar.

В В В В El Escritor Sombra

DecГ­a un sabio de antaГ±o que cuando soГ±amos el porvenir lo deshacemos, que dilucidar una circunstancia es en cierta medida impedir que esta acontezca. QuizГЎs esta magia febril se deba a su pasiГіn por la metafГ­sica. Este individuo de sabidurГ­a milenaria buscaba la uniГіn con lo que las antiguas doctrinas catalogan como absoluto al tiempo que exploraba la idea de la inmortalidad, o por lo menos simulacros anГЎlogos.

Entendemos que nuestro futuro es tan incierto que quizГЎs imaginarlo equivalga a hacerlo pedazos. Lo Гєnico cierto que podemos tener del futuro es su cualidad de ser incierto.

Amar no es mirarse el uno al otro, es mirar juntos en la misma direcciГіn, era el decir de un escritor francГ©s. Y pienso que es la mГЎxima en la que se puede resumir el estar enamorado. Ya no es el futuro de uno el que interesa, sino el de dos, que son uno, por utilizar una expresiГіn poГ©tica. Es decir, un futuro compartido. Tomar decisiones que acarrearГЎn consecuencias para ambos. Y eso de las decisiones siempre me recuerda a lo intrincado de las construcciones que suelen llamarse laberintos. Y esto Гєltimo, es decir el laberinto, me pone en presencia con la cabeza del toro.

En los mitos clГЎsicos destaca la historia del Minotauro, una criatura bestial con cuerpo de humano y cabeza de bГіvido. Su madre era la reina de Creta, PasГ­fae, y habГ­a sido engendrada por un toro blanco que PoseidГіn habГ­a obsequiado a Minos, marido de PasГ­fae. Al nacer la abominaciГіn, el rey Minos encargГі al inventor DГ©dalo que construyera una arquitectura capaz de mantener oculto al hГ­brido y de la cual no pudiera escapar. Lo encerraron en el laberinto y le ofrendaban en sacrificio a mancebos y doncellas que Minos reclamaba como tributo a Atenas. Cuando el hГ©roe griego Teseo ingresГі a Creta decidido a liberar a la ciudad de la sombra de aquel engendro, se ofreciГі como vГ­ctima para el sacrificio. La princesa Ariadna, hija de Minos, se enamorГі del valiente y decidiГі brindarle ayuda al ofrecerle un ovillo de hilo que el guerrero fue soltando desde la entrada del laberinto. Al encontrar al Minotauro dormido, Teseo lo golpeГі hasta la inaniciГіn y regresГі a la entrada del laberinto gracias a la ayuda de su madejo.




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